domingo, 6 de diciembre de 2009

Beato Manuel Gutiérrez Ceballos

EL GOBIERNO DE CANTABRIA ELABORARÁ UN MAPA DE FOSAS DE LA GUERRA CIVIL. La Iglesia ha determinado que cada día 6 de noviembre se celebre la festividad del Beato Manuel Gutiérrez Ceballos. Padre Ceballos, de Torrelavega y Tanos, de la Orden de Predicadores Dominicos. Murió ahogado en la bahía de Santander en la Nochebuena de diciembre de 1937, después de sufrir martirio, junto a otros ocho compañeros, también dominicos, de Las Caldas de Besaya. El pasado día 28 de octubrede 2007 fue beatificado en Roma, junto a 497 mártires españoles. Manuel Gutierrez Ceballos es el primero, y hasta ahora el único beato que tiene Torrelavega. Nació el 4 de febrero de 1876, Y fue bautizado el día 7. Sus padres fueron Venancio Gutiérrez González y Tomasa Ceba1los Bustillo, ambos taniegos. Cuando tenía cuatro años el que llegaría a ser Beato Manuel Gutiérrez, se quedó huérfano de padre. Su madre, que era maestra, crió a su hijo en Torrelavega, Riocorvo y Las Caldas de Besaya, donde ejerció su profesión en las respectivas escuelas. Precisamente en Las Caldas, los Padres Dominicos, le acogieron, muy joven, como fámulo, realizando pequeños servicios a la Comunidad, mientras recibía formación religiosa y humana. Fue allí donde descubrió su vocación religiosa. Cuando sus profesores consideraron que estaba bien preparado, con 15 años, le enviaron al convento de los Dominicos en Padrón (La Coruña), donde tomó el hábito como novicio, periodo que terminó con su Profesión religiosa el 10 de septiembre de 1892. En Padrón cursó el primer año de Ciencias y Filosofía, estudios que completó en el convento de Cortos (Principado de Asturias), terminando la carrera de Teología en 1896. A partir de 1913 fue predicando, como misionero, por diferentes pueblos y ciudades de España. Viajó hasta Perú con el deseo de integrarse en las misiones del Amazonas, pero ante el éxito de sus predicaciones, lo retuvieron en la ciudad de Lima; en aquel país vivió entre 1913 a 1917 y, al regresar de América, pasó de nuevo a formar parte del convento de Las Caldas de Besaya. En 1923 fue trasladado al convento del Olivar, en Madrid; en 1924 fue nombrado superior de la casa de Pamplona, año en que recibió el titulo de Predicador General; en 1926 fue enviado al convento de Atocha (Madrid), para ocupar la Cátedra de Elocuencia Sagrada. Al año siguiente 10 destinaron a desempeñar la misma Cátedra en San Esteban de Salamanca; en 1932 se Incorporó al convento de Valladolid, al año siguiente al de San Pablo de Palencia y en marzo de 1936 fue trasladado de nuevo a Las Caldas de Besaya. Gran predicador, entusiasta y convincente, intelectual de sólida y amplia formación humanística, solía confesarse antes de subir al púlpito. Antes de embarcarse en 1913 para el país andino vino a Tanos, para despedirse de su familia y de sus amigos. Por este motivo se organizó en su pueblo un gran acto religioso de despedida. El Padre Ceballos, como era más conocido, predicó un sermón en el que, como ha relatado un testigo de su proceso de beatificación, Jesús Salces, “lloraron hasta los hombres del pueblo que eran de ideas poco o nada religiosas”. Después de su ajetreada vida de traslados, viajes, y de atender las muchas reclamaciones que se hacían de su persona, por ser un sobresaliente predicador, cuando cumplió 60 años, en 1936, pidió que se le trasladara a su tierra, al convento de Las Caldas, como así lo certificó María Cifrián, testigo de la Causa de Beatificación: “En marzo, a petición suya, pasó de nuevo a Las Caldas porque quería preparase para bien morir”. Fue precisamente entonces cuando fue nombrado Maestro en Sagrada Teología, el máximo reconocimiento con el que se premian los méritos en la docencia. Dicho nombramiento fue celebrado con actos religiosos, y gran júbilo, no sólo en Las Caldas, sino también en Torrelavega y Tanos. Fue en Las Caldas donde le sorprendió la guerra civil de 1936, comenzando para él y sus compañeros meses de sufrimiento y persecución previos a su muerte martirial. Los padres dominicos que estaban en el convento decidieron quedarse juntos y correr la misma suerte. Cada uno era natural de una provincia distinta, excepto el Padre Ceballos, que tenia su familia a diez kilómetros de distancia, en Tanos. Sus parientes le pidieron que se escondiera en sus casas, huyendo de la persecución, pero según obra en el texto de la Causa de Beatificación, María Cifrián, escuchó la respuesta que dio a sus familiares: “Mi casa es el convento y quiero correr la misma suerte que mis hermanos de religión”. Relatan que el Padre Ceballos intuyó con clarividencia lo que les iba a ocurrir y que en una visita que hizo a las monjas de Santillana del Mar, y según testimonio personal de la Madre Rosario Valdés, les dijo al despedirse; “Esto va muy mal. Ya verán, ya verán, cualquier día nos matarán”. A pesar de todo no se intimidó y en un sermón que dio en la iglesia de Viérnoles, el día de la Virgen del Carmen de 1937, denunció con tanta claridad y valentía a los enemigos de la religión que el propio párroco de Viérnoles, al terminar, le dijo: “ha firmado usted su sentencia de muerte y la mía”, a lo que el Padre Ceballos contestó: “que se cumpla la voluntad de Dios. Yo estoy dispuesto a cumplirla. No he dicho más que la verdad”. Este hecho lo relata el Padre Ángel del Cura, prior de Las Caldas, en un libro que acaba de aparecer sobre estos nueve beatos dominicos. El día 22 de diciembre de 1937 un grupo de milicianos condujo en un coche, maniatados, a los nueve frailes, desde su convento hasta la llamada checa Neila, en Santander. No se supo más de ellos. Se pensó en un principio que habían sido arrojados por el Faro de Cabo Mayor, hasta que, finalmente, se pudo atestiguar que hablan sido sacados en una lancha hasta el centro de la bahía de Santander, y allí arrojados al mar, con un peso, para que no flotaran. Ocurrió en la Nochebuena de 1937. No todos los cuerpos, entre ellos el del Padre Ceballos, fueron, con el tiempo, encontrados pero el nefando comisario Neila, interrogado en México, donde exilió, por el Padre Esteban Arroyo, dominico empleado en la Causa de la Beatificación, lo explicó: “Los llevaban en coche hasta el muelle de Puerto Chico. Allí los subían a una barca en la que los conducían hasta lo más profundo de la entrada de la bahía y los arrojaban al mar, maniatados, y con un lingote amarrado a sus cuerpos para que no flotaran”. Su historia ha sido recogida en un libro editado por los Dominicos de Las Caldas que ha sido sufragado por los propietarios de la empresa Rocacero, Dolores Ribao y José Agudo. Sus vidas ya habían sido plasmadas en el libro ‘Ofrenda martirial de los dominicos de Cantabria en la persecución religiosa de 1996′, del Padre Felipe Marta Castro. El proceso de beatificación se le encargó al Padre Jesús Rodriguez y la redacción del citado libro al Padre Ángel del Cura.

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